Tesoros del permafrosthttp://www.elpais.com/fotografia/cataluna/Museo/calle/Montcada/elpdiaesp/20110804elpcat_2/Ies/
XAVIER THEROS 04/08/2011
No hay nada mejor para combatir el calor que una excursión glaciar. Con esa premisa acudo hasta el flamante Museo del Mamut de Barcelona, siguiendo el rastro de un animal mítico. A pocos pasos, en el cercano parque de la Ciutadella existe un antecedente lejano de este lugar; un gran proboscídeo en piedra, que el naturalista Norbert Font i Sagué colocó allí a finales de 1906. Esta pieza debía ser la primera de una serie de esculturas dedicadas a animales extinguidos, pero la cancelación del proyecto le dejó solo y compuesto; como si la ciudad -por alguna razón misteriosa-, hubiese decidido homenajear al antepasado del moderno elefante. Pero desde hace un año y medio, unos parientes han venido a hacerle compañía.
Este museo se encuentra en el número 1 de la calle de Montcada, en un inmueble con una larga historia conocido como el palacio Puiguriguer, o de manera más popular la Casa de la Custodia. El nombre se lo pusieron cuando en una procesión del Corpus esta imagen religiosa se tuvo que refugiar en su patio por culpa de una gran tormenta. Se trata de un caserón ya documentado desde el siglo XIII -aunque la actual edificación es de los siglos XVII y XVIII-, que fue una de las primeras casas barcelonesas en sustituir sus ventanales góticos por el nuevo invento renacentista de los balcones.
Hablo con Sergei Slevarev, un antiguo piloto ruso del norte polar, reconvertido por azares de la vida en paleontólogo y apasionado de la fauna del pleistoceno; y con su hija Júlia Slevareva, que después de estudiar en los Estados Unidos recaló en nuestra ciudad y ahora es la directora del museo. Llegaron a nuestro país atraídos por hallazgos como el de Can Guardiola -en Viladecans-, y por las muchas muestras pictóricas que existen en la península Ibérica de mamuts. En realidad, este centro depende del Museo del Hielo de Moscú y de una fundación privada, que organiza excavaciones anuales a lugares tan remotos como Chukotka o Yakutia.
Aunque el espacio de que disponen para exhibiciones no es muy grande, lo que más sorprende al visitante es que los esqueletos y los restos de huesos son originales encontrados bajo el suelo helado de Siberia. Una de las pocas réplicas -todas a tamaño natural-, muestra a un mamut con su cría. Para realizarla se utilizó madera para los colmillos y piel de yak de Mongolia, que es la más parecida a la de los mamuts.
En un panel adyacente se cuenta como los antiguos griegos llegaron a creer en los cíclopes, al desenterrar cráneos de mamuts y confundir el enorme agujero del que salía la trompa con la cuenca de un único ojo. Más allá hay otra reproducción de un tigre con dientes de sable, y la de dos hombres prehistóricos, detrás de una vitrina donde se muestran los adornos y herramientas que nuestros antepasados confeccionaban con hueso y marfil de estas criaturas.
Cada una de las salas, con los techos cubiertos por réplicas de pinturas rupestres, está dedicada a un animal diferente. Así, tras el tigre podemos ver un buey almizclero, un reno, un ciervo gigante, un bisonte, un caballo salvaje o un oso cavernario. En una vitrina destaca la única copia existente de Lyuba, la famosa cría de mamut encontrada en perfectas condiciones bajo el permafrost y conservada actualmente en el museo de San Petersburgo. Al llegar al rinoceronte lanudo, Júlia aparta el cordón que lo protege y me hace oler el cuerno. Aunque se trata de una reproducción, la protuberancia afilada de esta maqueta es un original procedente de uno de los depósitos excavados. Acerco mi nariz y huele a queratina, y a bosque. Los cuernos de los rinocerontes son una extensión formada con cabello endurecido; y éste, tras tantos años transcurridos, se ha deshilachado un poco y es posible comprobar que está compuesto por una trama de gruesos pelos. "Es como oler la Edad del Hielo", afirma Júlia, orgullosa.
La última sala está dedicada a la venta de artesanía en marfil de mamut, hecha por artesanos siberianos. Como me aclara su directora, éste es el único marfil legal que existe, pues para conseguirlo no hay que matar a ningún animal. En Rusia se producen unas seis toneladas anuales de este material. Al irme, Sergei me invita a visitarles en su próxima expedición al norte: "Al fin y al cabo, en aquellos tiempos, Cataluña y Rusia eran un mismo territorio, que cada año vivía las migraciones estacionales de las mismas manadas de mamuts".