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 El escéptico que se equivocó en Altamira.

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Eureka
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Eureka


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MensajeTema: El escéptico que se equivocó en Altamira.   El escéptico que se equivocó en Altamira. EmptyVie Abr 19, 2013 8:32 am



Buenos días,

Quería compartiir un trozo de historia por muchos desconocidos y que reflejan como un descubrimiento supuso un varapalo en la vida de un gran pionero en su época como fue el Sr. Sautuola, descubridor juto con su hija de las famosas pinturas que decoran el techo de las cuevas de Altamira.
Nota: Es bueno contar esas pequeñas historias que convierten los descubrimientos en algo más que gestas.

Eureka




Publicado en el periódico "El Correo" el día 19 de abril del 2013.


EL ESCÉPTICO QUE SE EQUIVOCÓ EN ALTAMIRA
El temor a ser víctima de un engaño clerical llevó al gran prehistoriador Émile Cartailhac a negar la autenticidad de las pinturas de la cueva cántabra.

El escéptico que se equivocó en Altamira. 53647420


Grupo de bisontes del gran techo pintado de Altamira.

Aunque es uno de los grandes momentos en la historia de la arqueología, no se sabe en qué fecha Marcelino Sanz de Sautuola (1831-1888) descubrió el techo policromado de la cueva de Altamira. En sus 'Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander', el folleto de 27 páginas de texto que publicó a mediados de septiembre de 1880 para dar a conocer sus hallazgos, no lo detalla y solo indica que la excavación durante la que ocurrió el acontecimiento tuvo lugar en 1879, aunque el emprendedor santanderino ya conocía la cavidad desde 1876. Sautuola, que se describía a sí mismo como un aficionado a la arqueología, quiso dar a conocer sus hallazgos a los expertos más notables del momento, sobre todo a Émile Cartailhac, un prehistoriador marsellés que a pesar de su juventud -tenía 35 años-, era toda una autoridad que estaba a punto de convertirse en el primer profesor de Arqueología prehistórica de una Universidad francesa, la de Toulouse. Sautuola le envió su publicación. La carta de respuesta, fechada el 5 de diciembre de 1880, es un frío acuse de recibo en el que el experto francés muestra su desconfianza hacia la autenticidad de las figuras. Esa desconfianza se convertirá en escepticismo. Después, en hostilidad.

La respuesta de la comunidad científica al descubrimiento del arte rupestre de Altamira fue descrita por Miguel Ángel García Guinea en 'Altamira y otras cuevas de Cantabria' (Ed. Sílex), libro publicado con motivo del centenario del hallazgo de las pinturas, como "un frente de oposición y de negación irreductible". Ante este muro de rechazo de poco le sirvieron a Sautuola los escasos apoyos que recibió. Su defensor principal, su Thomas Huxley particular, fue el geólogo y paleontólogo valenciano Juan Vilanova y Piera, catedrático de Paleontología en la Universidad de Madrid. Entre los sabios franceses apenas obtuvo el apoyo, en privado, del historiador Henri Martin y, en público, del arqueólogo Édouard Piette.

¿Por qué el descubrimiento de Altamira fue recibido con incredulidad? El opúsculo de Sautuola era impecable y estaba a la altura de las publicaciones académicas de arqueología de la época. La obra no es el producto de un exaltado y de hecho rezuma prudencia. El arqueólogo cántabro comienza explicando que la visita a la Exposición Universal de París de 1878, en la que se mostraban las mejores piezas del arte prehistórico conocidos entonces, pequeños grabados sobre trozos de hueso y piedra. La "excitación" que le produjo aquella visita le llevó "a practicar algunas investigaciones en esta provincia, que ya que no tuvieran valor científico, como hechas por un mero aficionado, desprovisto de los conocimientos necesarios, aunque no de fuerza de voluntad, sirvieran al menos de noticia primera y punto de partida, para que personas más competentes tratasen de rasgar el tupido velo que nos oculta aún el origen y costumbres de los primitivos habitantes de estas montañas".

Sautuola no comienza a hablar de Altamira hasta la página 11. Describe y detalla el depósito arqueológico que contiene la cueva. Hay que llegar a la página 15 para encontrar la primera referencia al célebre techo pintado, aunque no menciona a su hija María, de 9 años, que fue quien se dio cuenta de que sobre sus cabezas había animales pintados, que identificó como "bueyes". "Siguiendo el examen de la primera galería, y precisamente desde donde concluye el depósito de huesos y cáscaras, se encuentra el observador sorprendido al contemplar en la bóveda de la cueva un gran número de animales pintados", escribe el arqueólogo santanderino. Citando al naturalisa Buffon, Sautuola, sugiere correctamente que casi todos son bisontes. A continuación señala que "desde luego su autor estaba muy práctico en hacerlas" y observa que "las figuras están colocadas de manera que las protuberancias convexas de la bóveda están aprovechadas de modo que no perjudiquen el conjunto de aquellas, todo lo que demuestra que su autor no carecía de instinto artístico".

Más adelante, y tras comentar la presencia de otras pinturas menos vistosas en otras partes de la cueva, plantea por fin la cuestión delicada de su cronología: "Más difícil será resolver si todas ellas corresponden a la remotísima época en que los habitantes de esta cueva formaron el gran depósito que en ella se encierra". Tras considerar que ello es poco probable, Sautuola relaciona las figuras de Altamira con aquellas que se han encontrado grabadas sobre hueso en varias cuevas europeas, sobre todo francesas. Si el hombre prehistórico era capaz de representar animales sobre piezas de hueso y piedra, también pudo hacerlo en paredes y techos de las cuevas en las que habitaba: "Se ha comprobado -razona- que ya el hombre, cuando no tenía aun más habitación que las cuevas, sabía reproducir con bastante semejanza sobre astas y colmillos de elefante, no solamente su propia figura, sino también la de los animales que veía". Toda esta argumentación razonable caerá en saco roto.
El escéptico que se equivocó en Altamira

El escéptico que se equivocó en Altamira. 55977236


Dibujo incluido por Sautuola en su folleto sobre Altamira.

Rechazo en Lisboa

Vilanova y Sautuola asistieron a la novena edición del Congreso Internacional de Antropología y Arqueología Prehistórica de Lisboa, ese mismo año. El paleontólogo quiso hacer una presentación formal del descubrimiento. Según relata Gregory Curtis en 'Los pintores de las cavernas' (Ed. Turner), "cuando mostró los dibujos de algunas de las pinturas de la cueva, el descrédito reinante se hizo palpable. Cartailhac, la figura más respetada de la arqueología prehistórica, abandonó deliberada y notoriamente la conferencia, sin hacer esfuerzo alguno por ocultar su repugnancia". La actitud del profesor marsellés tenía explicación: su colega y amigo Gabriel de Mortillet le había advertido de que existía algún tipo de maniobra, un complot clerical, para poner en un brete a los defensores de la evolución. Esta idea estrafalaria, unida a una concepción todavía muy simplista de la evolución humana, fue uno de los principales frenos a la admisión de la existencia de un arte parietal prehistórico.

'El origen de las especies' de Charles Darwin había aparecido en 1859. 'El origen del hombre y la selección en relación al sexo', el libro en el que el naturalista inglés abordaba por fin la cuestión de la evolución de la especie humana, que había evitado en su obra anterior y fundamental, se editó en 1871, apenas 8 años antes de la excavación de Altamira. En este segundo libro, Darwin describía a los nativos fueguinos como comparables a los antecesores del hombre moderno en estos términos: "Estos hombres estaban completamente desnudos y pintarrajeados, su largo cabello estaba enmarañado, sus bocas espumosas por la excitación y su expresión era salvaje, medrosa y desconfiada. Apenas poseían arte alguno". En los textos de Cartailhac, los hombres y mujeres prehistóricos son 'salvajes', 'primitivos', 'trogloditas' sin capacidad intelectual alguna.

Si se asumía que los prehistóricos podían pintar algo como el techo de Altamira, se venía abajo la imagen del 'hombre primitivo' que defendían entonces los sabios, apenas un salvaje babeante movido por sus instintos animales. Por ello, los sabios defensores de la evolución, como Mortillet y Cartailhac, se resistieron a asumir la realidad del arte rupestre prehistórico. Así que Sautuola fue atacado por todas partes. Por los creyentes más retrógrados, que no querían ni oír hablar de la 'prehistoria', y por los más progresistas, en cuya forma de entender al 'hombre primitivo' la evidente complejidad del arte de Altamira no encajaba. Curiosamente, su principal defensor, Vilanova, era un creacionista convencido. Por su parte, Sautuola evitó entrar en cualquier debate sobre la evolución humana.

¿Por qué se dirigió Sautuola a Cartailhac? El marsellés había sido uno de los directores del pabellón de Antropología de la Exposición Universal de París, en el que el cántabro había visto las piezas de arte mueble prehistórico que tanto le habían impresionado. Obviamente Cartailhac estaba familiarizado con lo que se sabía del arte prehistórico hasta el momento y de hecho era el fundador y editor de una revista especializada, 'Matériaux pour l'histoire positive el philosophique de l'homme', por lo que en principio parecía la persona ideal a la que comunicar un hallazgo como el de Altamira.

Un arte desconocido

La primera pieza de arte paleolítico conocida era un bastón perforado con la figura de un ave grabada no con demasiado estilo, encontrado en la cueva suiza de Veyrier, en algún momento de 1833 a 1838. En aquella época los conceptos de prehistoria y Paleolítico no habían sido desarrollados todavía y este tipo de hallazgos arqueológicos eran considerados 'antigüedades' o 'restos antediluvianos'. En 1845 André Brouillet encontró en el abrigo de Chaffaud (Francia) un hueso con dos ciervos grabados que, por su aspecto tosco y nada clásico, fueron etiquetados como 'célticos' por su descubridor. Entre 1860 y 1870, ya con el primer libro de Darwin sobre la mesa, se multiplicaron este tipo de descubrimientos en yacimientos franceses como La Madeleine, Laugerie Basse y Massat, restos que ya fueron adjudicados a un periodo que empezaba a ser denominado como la Edad de la piedra tallada, el Paleolítico.

El material fue suficiente como para dar lugar a una publicación específica dedicada a catalogarlos, editada entre 1865 y 1875 por el francés Édouard Lartet y el inglés Henry Christy, este último financiador y protector de las excavaciones de Cro-Magnon, en la localidad francesa de Les Eyzies. En ese lugar, en marzo de 1868, unos obreros habían descubierto cinco esqueletos que iban a dar mucho que hablar. La primera clasificación científica de estos materiales la realiza Édouard Piette, abogado y jurista que compaginaba los tribunales con la arqueología, además de ser miembro de la Sociedad Geológica de Francia. Sautuola y Piette entablaron amistad en la Exposición de París y el francés se convertiría en uno de sus pocos defensores.

A pesar de estar al corriente sobre los hallazgos de arte mueble, Cartailhac seguirá sin dar su brazo a torcer respecto a Altamira durante años. En 1881 rechaza la invitación directa a visitar la cueva. Enviará a un colaborador, el ingeniero y prehistoriador Édouard Harlé, que escribirá un informe negativo, lastrado por los prejuicios y repleto de argumentos que, leídos hoy, rozan el ridículo en algunos puntos, pero que Cartailhac publicará gozoso en su revista. Vilanova, irritado por la actitud nada científica del francés, le atacará directamente por criticar unas pinturas que "no ha visto sino en reproducciones". "No es cosa de rechazar por mero capricho lo que no se ha tenido con anticipación el cuidado de examinar con circunspección y detenimiento", asesta. En 1887 Piette escribe a Cartailhac: "Don Marcelino de Sautuola me ha enviado su fascículo sobre los objetos prehistóricos de la Provincia de Santander, y en particular sobre las pinturas de la cueva de Santillana del Mar. Para mí no hay duda ninguna de que esas pinturas sean del período Magdaleniense". Cartailhac no responde. Mientras, vapuleado por unos y otros, el ánimo de Sautuola se hunde. Entre los negacionistas el arqueólogo cántabro es visto, en el mejor de los casos, como un incauto engañado por algún pintor aficionado no demasiado hábil. En el peor, es marcado como un falsario.
El escéptico que se equivocó en Altamira

El escéptico que se equivocó en Altamira. 10024334


Bisonte encongido en el techo de Altamira.

Pero la realidad empezó a imponerse. Después de la publicación de Sautuola, los hallazgos de cuevas con pinturas y grabados se multiplicaron. La evidencia aplastó la terquedad de Cartailhac y sus colegas. Las figuras que decoran las cuevas francesas de Pair-non-Pair (1881), Figuier (1890) y La Mouthe (1895) salieron a la luz. En la primera y la última los grabados estaban cubiertos por los niveles de ocupación paleolíticos, lo que demuestra que son auténticos y que además son muy antiguos. Cartailhac en persona pudo despejar con sus manos la pezuña grabada de un uro en el fondo de la cueva, cuyo acceso había estado obturado por un derrumbe. El descubrimiento en Les Eyzies, en 1901, de la cueva de Les Combarelles, cuyas paredes están literalmente cubiertas por cientos de grabados, y de Font-de-Gaume, cuyos bisontes pintados son casi tan espectaculares como los de Altamira, será el golpe de gracia.

En 1902 se celebra el Congreso de la Asociación francesa para el avance de las ciencias, encuentro en el que un joven sacerdote llamado Henri Breuil presenta sus estudios sobre todas estas cuevas y argumenta la autenticidad del arte parietal prehistórico. A los escépticos no les queda otra que reconocer su error en Altamira. Mortillet ya no puede hacerlo: ha muerto en 1898. Pero Cartailhac sí. Asume su error en el mismo congreso. Luego toma la pluma y escribe...

Mea culpa

El artículo aparecerá en el volumen de 1902 de 'L'Anthropologie'. Es un texto breve, que ocupa las páginas 348 a 354. El título es muy neutro, 'Las cavernas decoradas con dibujos', pero el subtítulo es más explícito: 'La caverna de Altamira, España, mea culpa de un escéptico'. En el texto, Cartailhac relata su particular caída del caballo, resultado de sus visitas a las cuevas de Pair-non-Pair, Marcamps y La Mouthe. El arqueólogo marsellés se muestra perplejo por la técnica de las figuras que las decoran. No hay nada entre "los primitivos actuales" que se parezca a ellas. Además, "fueron diseñadas con una indiscutible seguridad de mano", con una cierta estilización, la misma que caracteriza a los pequeños grabados sobre hueso y sobre piedra. No entiende cómo sus autores pudieron iluminarse dentro de las grutas para realizar su trabajo. "No hay duda de que los ojos de los trogloditas estaban más habituados que los nuestros a la penumbra", deduce.

Por fin, y no sin algún rodeo, reconoce: "Es por no haber reflexionado sobre ello, por lo que soy partícipe de un error, cometido hace veinte años, de una injusticia que es preciso reconocer y reparar públicamente". Los siguientes párrafos resumen el trabajo de "el Sr. Marcelino S. de Sautuola, distinguido español" que "me puso al corriente de sus descubrimientos y los publicó poco después. (…) Muy prudente, nuestro colega no afirmaba la contemporaneidad de las pinturas y el depósito paleolítico. Se contentaría con plantear la cuestión". El desdén ha desaparecido y Sautuola se ha convertido en un investigador estimado. Cartailhac justifica su escepticismo: el arte rupestre de Altamira "era absolutamente nuevo, extraño desde todo punto de vista. Pedí consejo". No dice a quién, pero a todas luces se refiere a Mortillet: "Una influencia que generalmente me ha sido favorable, me indujo rápidamente al escepticismo: '¡En guardia! ¡Se quiere jugar una mala pasada a los prehistoriadores franceses!' Me escribieron: 'desconfía de los clericales españoles'. ¡Y yo desconfié!".
El escéptico que se equivocó en Altamira

El escéptico que se equivocó en Altamira. 92488793


Émile Cartailhac.

Cartailhac repasa la visita de Harlé a Altamira en compañía de Sautuola, "cuya fidelidad estaba por encima de toda sospecha". Pero, insiste, contra las pinturas "se levantaban serias objeciones". Todas las pegas de Harlé -la falta de manchas de humo, las imprecisiones anatómicas, la frescura de la pintura, etc.- son revisadas por el arqueólogo marsellés. "Pues bien, leyendo estos argumentos, estarán asombrados como yo de ver cómo, con el tiempo y al cabo de sucesivos descubrimientos de los señores Deleau y Rivière y sobre todo de los señores Capitàn y Breuil, la mayoría han perdido su valor". 2Se concluye que no tenemos ninguna otra razón para sospechar de la antigüedad de las pinturas de Altamira", añade. Antes de terminar subrayando su asombro por la riada imparable de hallazgos, Cartailhac remata: "Es necesario inclinarse ante la realidad de un hecho, y, por lo que a mí concierne, tengo que hacer justicia a M. de Sautuola". Asunto cerrado. Pero es demasiado tarde: Sautuola había muerto en 1888. Vilanova también había fallecido, en 1893.

El profesor marsellés excavará en Altamira y estudiará sus figuras en compañía de Henri Breuil, que se convertirá en la figura dominante en Francia en el estudio del arte rupestre durante medio siglo. Desde Santander, un Cartailhac que ya no tiene nada que ver con el incrédulo desconfiado de 1880 escribe una carta a su amigo Gustave Chauvet, fechada el 9 de octubre de 1902: "Querido amigo, el padre Breuil y yo desearíamos que estuviese usted aquí, en la cueva de Altamira. Es la más hermosa, la más extraña, la más interesante de todas las cavernas con pinturas. Desde hace ocho días está copiando el padre estos bisontes prehistóricos, estos caballos, estos ciervos, estos jabalíes, todos tan asombrosos. Ya tiene un gran número de espléndidos dibujos, y cientos de copias en colores. Vivimos en un mundo nuevo".
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