Siempre me interesó el origen de las plantas: su evolución y maravillosa diversidad. Cuándo después encontraba restos fósiles vegetales; para mí imaginario de infancia el tema se tornaba casi mágico...
La capacidad curativa de las plantas me interesa en sumo grado, la botánica; y por extensión la paleo-botánica: el origen y desarrollo espacio temporal de aquellas antiguas plantas.
Pero todo parte de la "primera planta"; estudiar la misma por medio de hipótesis, así como las generaciones divergentes de esta, se me antoja un tema de lo más productivo e interesante. Y el testimonio fósil se nos presenta ahora como la mejor herramienta para ello.
Expondré en lo sucesivo mis tesis y fotografías acerca de esto: mis fuentes para este asunto provienen en buena medida de las lecciones de un buen profesor de instituto -Geólogo de profesión-, de las divagaciones personales -congénitas para mí-; así como de mi afortunado encuentro con los escritos de Goethe, sobre el cual versa el siguiente comentario que, me ha parecido interesante, para introducir esta -mi inexperta divulgación- sobre del origen y metamorfosis de la plantas.
De fuente: http://quark.prbb.org/26/026024.htm
La obra científica de Goethe ha sido estudiada con bastante detalle, aunque evidentemente de una manera mucho más tangencial y desapasionada que la literaria. A menudo se ha considerado su esfuerzo científico un diletantismo sin sentido, una excentricidad de un genio de dimensiones olímpicas, acuciado por el deseo de universalidad. No obstante, como indica Henri Bortoft, actualmente parece que vivimos una época de recuperación de la ciencia goethiana, y que su interpretación tanto de la física newtoniana como de su visión de la naturaleza se estudia desde nuevas perspectivas. Sin embargo, la obra de Goethe de divulgador de la ciencia aún no ha sido abordada con suficiente profundidad: no sólo porque a menudo los científicos han creído descubrir en el autor del Werther a un diletante, sino porque con frecuencia han interpretado sus escritos –fundamentalmente desde el campo de la poesía y del ensayo– como un instrumento con el cual fortalecer sus falsías. El propio Goethe se quejaba amargamente al poeta Eckermann de aquella actitud recelosa de la comunidad científica: «Los sabios, y especialmente los matemáticos, no dejarán de encontrar ridículas mis ideas, y quizá hagan algo mejor: como gente distinguida que son, las ignorarán completamente».
Y, en efecto, la obra de Goethe como científico ha sido en gran parte ignorada. A los litterateurs à thèse les cuesta reconciliar al autor del Werther con el descubridor del hueso intermaxilar. Y, no obstante, en pocos escritores la vida se une –o se reúne– con la obra con tanta frecuencia. Los pasos por la literatura y los pasos por la ciencia del autor del Fausto, no son más que una traslación de sus tambaleantes pasos por la vida. De una situación, de una especial coyuntura, surgirá una obra literaria, de otras inesperadas y casuales circunstancias, sus descubrimientos científicos. En este sentido, si Goethe no hubiese sido invitado por el Duque Carl-August a Weimar, su interés por las ciencias naturales no se habría desarrollado con tanta energía. Pero su aislamiento en aquel hermitage de los bosques de Weimar, junto al bello riachuelo del Ilm, condujo a Goethe a interesarse por la botánica, y muy especialmente por la obra taxonómica de Linneo. Si el Werther es el resultado de sus desamores con Charlotte Buff (y de la adaptación del suicidio de Jerusalem), sus inicios botánicos son la consecuencia de su refugio en Weimar, de su contacto con los guardas forestales del duque, y en muchos aspectos también de su desencuentro con la baronesa Charlotte von Stein, un nuevo y apasionado amor. En las relaciones de Goethe con la baronesa hay algo del Saint-Preux de La nueva Eloísa, y en su refugio en la botánica, una ensoñación rousseauniana. El poeta se refugia en la botánica como lo hiciera Jean-Jacques: la naturaleza se convierte en el exutorio de su alma atormentada, con el poema a los Alpes de Haller y los Idilios de Gesner de fondo, y junto a la poesía se entremezclan otras lecturas eruditas, como la Historia natural de Buffon o la filosofía de Spinoza.
Esa espontaneidad vitalista, ese romanticismo desbordado ante la naturaleza, lo hacen más amante que estudioso de la naturaleza. Goethe nunca fue un buen taxónomo, nunca tuvo afán de exhaustividad. La curiosidad –ese ferviente deseo de aprender que lo caracteriza incluso en la vejez– lo llevan azarosamente de un campo a otro, que siempre busca interrelacionar. En su actitud ante las plantas, sin duda hay una mimesis del espíritu rousseauniano (en su casita del parque del Ilm se transformará en «el amigo de las plantas retirado del mundo»), pero, como al conde Buffon, a Goethe le interesa también descubrir las leyes comunes a los seres vivos. En su poema Epirrema indica su actitud ante el estudio de la naturaleza:
Al contemplar la Naturaleza
No perdáis nunca de vista
ni el conjunto ni el detalle
que en su vastedad magnífica
nada está dentro ni fuera;
y por rara maravilla
anverso y reverso son
en ella una cosa misma.
De este modo, ciertamente,
aprenderéis en seguida
este sagrado secreto
que miles de voces publican.