Fuente: Periódico el Correo, edición publicada el día 21 de Junio del 2013.
Eureka
El falsificador cazado
Los últimos estudios han estrechado el cerco en torno al autor del hombre de Piltdown, uno de los fraudes más sonados de la historia de la ciencia
El 19 de diciembre de 1912 la Sociedad Geológica de Londres acogió un acontecimiento histórico: el abogado y arqueólogo aficionado Charles Dawson y Arthur Smith Woodward, conservador del Museo Británico de Historia Natural, presentaban los restos del 'Eoanthropus Dawsoni'. Este homínido extraordinario, cuyos restos habían sido extraídos de una gravera de Piltdown, iba a revolucionar la por entonces muy poco conocida historia de la evolución humana. Sin embargo, en 1953 un equipo científico demostró que el hombre de Piltdown era un fraude. ¿Quién lo cometió? La lista de sospechosos reúne más de 30 nombres, entre ellos los de Pierre Teilhard de Chardin y Arthur Conan Doyle. Pero los estudios más recientes apuntan solo a uno.
"Charles Dawson era una de esas personas inquietas, de mente inquisitiva, que muestran curiosidad por todo cuanto les rodea". Así presenta al descubridor del hombre de Piltdown su amigo Arthur Smith Woodward (1864-1944) en su obra póstuma, 'The Earliest Englishman' (1948). "Nada se escapa a su mirada siempre alerta. Cuando lo conocí, en 1884, vivía en Hastings (St. Leonards) y estaba recogiendo los huesos fósiles de reptiles extintos en las canteras de piedra arenisca que rodean la ciudad". Woodward, paleontólogo del departamento de Geología del Museo Británico de Historia Natural (hoy Museo de Historia Natural de Londres), hizo amistad con Dawson (1864-1916) y empezó a mantener correspondencia con él.
Charles Dawson era el mayor de tres hermanos y siguió la carrera de su padre como abogado, aunque su afición por las antigüedades, la paleontología y la arqueología le habían hecho célebre en Sussex. Como erudito local, fundó la asociación de amigos del Museo de Hastings y St. Leonards, centro de cuyo comité gestor formó parte como encargado de adquisiciones y al que donó muchos de sus hallazgos, tan numerosos que le granjearon el apodo de 'el mago de Sussex'. El abogado coleccionista encontró de todo: hachas neolíticas (una de ellas con su mango de madera), un martillo prehistórico, una especie nueva de dinosaurio, un barco antiguo, estatuillas romanas, unos túneles repletos de artefactos prehistóricos, romanos y medievales; tejas romanas con inscripciones y un etcétera abrumador que incluye curiosidades tan asombrosas como un sapo momificado dentro de un núcleo de sílex.
Arthur Keith examina el cráneo de Piltdown en presencia de Charles Dawson, Arthur Woodward y otros científicos, en un cuadro de John Cooke.
El 15 de febrero de 1912 Woodward recibió una carta de su corresponsal de Hastings. "He encontrado un trozo de un cráneo humano que podría rivalizar con el 'Homo Heidelbergensis' en solidez", le decía Dawson. Según detalla Woodward en su libro, un día de 1908 Dawson se fijó en el firme de la carretera que conducía a la granja de Barkham Manor: "Se dio cuenta de que en la grava del camino había algunos sílex peculiares de color marrón, que le recordaban a los que había visto en un lecho antiguo de arcilla en las llanuras del norte de Kent. (...). El señor Dawson se sorprendió cuando descubrió por el granjero, el señor Robert Kenward, que la tierra con las piedras había sido extraída del propio terreno de la granja, que había sido excavado desde tiempos inmemoriales". De hecho, en ese preciso momento, "dos trabajadores estaban ocupados en un pequeño hoyo junto a la carretera extrayendo grava".
Un coco en la gravera
El anticuario corrió a hablar con ellos y les pidió "que tuvieran en cuenta los huesos o los dientes o cualquier cosa extraña que pudieran encontrar, diciendo que volvería para recoger sus hallazgos y darles una recompensa adecuada". Siempre según Woodward, Dawson regresó al lugar varias veces, pero los trabajadores, que extraían la grava ocasionalmente, no encontraban nada. Hasta que un día, en una fecha indeterminada, "los hombres desenterraron lo que pensaban que era un coco (...). Apenas podían dudar de que era un coco porque era redondo y marrón y del espesor adecuado". Pero el coco era parte de un cráneo humano. Así fue 'descubierto' el hombre de Piltdown.
“Una y otra vez el señor Dawson visitó el lugar y buscó en los montones de grava lavados por la lluvia -recuerda Woodward-, pero no fue hasta que transcurrieron varios años que encontró un segundo pedazo del cráneo, que se ajustaba exactamente a un borde roto del fragmento que le habían entregado los hombres. Finalmente descubrió una tercera pieza que encajaba con las otras dos, y luego halló dos piezas más separadas que sin duda pertenecían al misma cráneo”.
Dawson y Woodward decidieron trabajar juntos en la gravera de la granja de Barkham Manor, en busca de más trozos del cráneo. El joven jesuita Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), entonces colaborador del Museo Nacional de Historia de Natural de París, completó el equipo. "Esperábamos encontrar otros fósiles porque el señor Dawson ya había recogido herramientas de piedra y dientes de hipopótamo y elefante en el mismo depósito. Nos sentimos un poco impacientes, ya que tuvimos que esperar hasta finales de mayo, hasta que el pozo estuviera lo suficientemente seco para que pudiéramos cavar hasta el fondo de la grava", explica Woodward. Trabajaron de junio a septiembre, pero fue Dawson en solitario el que encontró más fragmentos del cráneo y un trozo de mandíbula con un molar. Por la antigüedad estimada del lecho geológico de grava del que provenían, llegaron a la conclusión de que debían de tener más de 500.000 años, quizá incluso un millón.
Excavaciones en Piltdown. Woodward en el centro y Dawson a la derecha
El 'Eoanthropus Dawsoni' (Hombre del alba de Dawson) fue presentado en la Sociedad Geológica de Londres como un antepasado directo de los humanos modernos, un auténtico 'eslabón perdido' -concepto entonces muy en boga- entre el mono y el hombre, con características notables: el cráneo tenía una forma humana moderna, pero la mandíbula y los dientes eran simiescos. 'The Manchester Guardian' tituló "¿El primer hombre? Importante descubrimiento en Sussex. Un cráneo de millones de años de antigüedad”". El 28 de diciembre de 1912 el 'Illustrated London News' proclamaba: "En la Sociedad Geológica se dio a conocer un descubrimiento de importancia suprema para todos los interesados en la historia de la especie humana cuando los señores Charles Dawson y el doctor A. Smith Woodward, conservador del Departamento de Geología del Museo Británico de Historia Natural, exhibieron ante un ávido auditorio parte de la mandíbula y una porción del cráneo del habitante más antiguo de Inglaterra, si no de Europa".
El entusiasmo de la prensa era el reflejo amplificado del de los científicos británicos, que acogieron la novedad con los brazos abiertos. Por fin tenían su propio 'hombre primitivo'. Desde el hallazgo del hombre de Neandertal en 1856 (tres años antes de que Darwin publicara 'El origen de las especies'), los descubrimientos en Alemania y en Francia se habían multiplicado. Louis Lartet encontró en marzo de 1868 el primer ejemplar conocido de cromañón en el abrigo de Cro-Magnon, junto a Les Eyzies (Francia). Solo en 1908, el año en el que supuestamente apareció el cráneo de Piltdown, en Alemania se encontraba el cráneo neandertal de Ehringsdorf y en Francia se descubrían los ejemplares neandertales de Le Moustier 1, La Chapelle-aux-Saints y La Ferrassie 1.
El cráneo de Piltdown tal y como fue reconstruido por Woodward
Tras décadas de vacío, los científicos británicos disponían de 'su' hombre prehistórico que, además, era más antiguo que el de Neandertal. Encima, al tener rasgos más modernos, parecía dejar fuera de juego al hombre de Neandertal en la evolución humana tal y como ésta se concebía entonces. Para Woodward y sus partidarios, los humanos modernos, o quizá solo los europeos, descendían directamente del hombre de Piltdown, no de los neandertales, como se creía a principios del siglo XX. "La especie neandertal era un brote degenerado del hombre primitivo del cual el cráneo de Piltdown aporta la primera evidencia descubierta", escribió Woodward.
Voces críticas
No faltaron voces críticas, como la de David Waterston, profesor de anatomía del King's College, que publicó un artículo en 'Nature' en 1913 en el que llegaba a la conclusión de que los restos de Piltdown eran la mezcla de un cráneo humano y la mandíbula de un mono. Otros, como el antropólogo Sir Arthur Keith, admitieron el hallazgo pero criticaron la reconstrucción del cráneo hecha por Woodward, que exageraba los rasgos simiescos de la mandíbula. Para Keith, el de Piltdown era un ejemplar anómalo de neandertal.
Pero todas estas voces fueron acalladas, algunas de muy malas maneras, en sucesivos artículos de Woodward y sus partidarios, respaldados por nuevos hallazgos que siempre llegaban en el momento oportuno. Así, en agosto de 1913, Teilhard de Chardin encontró un canino "simiesco" que encajaba en el cráneo, lo que silenciaba algunas observaciones de Keith sobre la inconsistencia de las piezas dentales de Piltdown. Dawson halló nuevos artefactos de sílex, así como otros trozos de cráneo en un segundo yacimiento cercano cuya localización exacta nunca dio a conocer. El objeto más peculiar apareció en la última campaña oficial de excavaciones en Piltdown, en junio de 1914: un artefacto realizado sobre un hueso de elefante y que, por su forma, fue bautizado como 'el bate de cricket'. A los periodistas les encantó: ¡El primer inglés tenía un bate de cricket! Ni Dawson ni Woodward se atrevieron a aventurar para qué pudo servir este extraño útil.
El famoso bate de cricket del hombre de Piltdown
Con su sospechoso bate de cricket incluido, en 1915 el hombre de Piltdown ya era una realidad asumida por la comunidad científica. Los críticos optaron por ignorarlo, mientras los partidarios lo añadieron a sus estudios e intentaron encajarlo en la línea evolutiva humana. Pero esta línea fue haciéndose cada vez más compleja con los sucesivos descubrimientos. Y el hombre de Piltdown cada vez encajaba menos en ella. Tenía una mandíbula simiesca con dientes similares a los de los monos, mientras que el cráneo era como el de los humanos modernos, algo que ahora parece muy extraño pero que encajaba con la idea de la evolución humana que tenían los expertos de principios del siglo XX. Como escribió el paleontólogo estadounidense Stephen Jay Gould en 'Nueva visita a Piltdown' (artículo incluido en 'El pulgar del panda', ed. Crítica), "en aquel tiempo, un gran número de antropólogos de primera línea mantenían una preferencia apriorística, en gran medida de origen cultural, en favor de la 'supremacía del cerébro' en la evolución humana. Por lo tanto, en nuestra evolución, un cerebro agrandado debía haber precedido e inspirado toda ulterior alteración de nuestros cuerpos. Deberíamos esperar encontrar ancestros de los humanos con cerebros agrandados, tal vez casi humanos, y un cuerpo distintivamente simiesco". Piltdown confirmaba este supuesto... que los descubrimientos posteriores demostraron erróneo.
Los restos de Piltdown fueron dejados de lado hasta que en 1949 el antropólogo, paleontólogo y geólogo Kenneth P. Oakley los sometió a la prueba del flúor. El resultado indicaba que los huesos no llevaban demasiado tiempo enterrados. En un artículo publicado en 'Time' en 1953, Oakley, Edward Le Gros Clark y Joseph Weiner dieron a conocer las pruebas que demostraban que eran recientes. El cráneo era humano, probablemente medieval, y la mandíbula pertenecía a un orangután. Los restos habían sido limados y teñidos para que parecieran antiguos. El falsificador había retocado además los dientes, que eran de orangután, para 'humanizarlos' parcialmente. Los demás restos animales y útiles, incluido el bate de cricket, eran un batiburrillo de dudosa procedencia. Nuevas pruebas mediante el radiocarbono han situado el cráneo entre los años 1210 y 1480, mientras que la mandíbula es todavía más reciente, de entre 1630 y el siglo XX.
Sospechosos habituales
¿Quién perpetró el fraude? Desde que se aireó la falsedad del hombre de Piltdown las teorías sobre su autoría se han sucedido y la lista de sospechosos ha ido creciendo y renovándose hasta superar los 30 candidatos, nada menos.
Los 'sospechosos habituales' son el descubridor, Dawson; su principal apoyo, Woodward; Sir Arthur Conan Doyle, Pierre Teilhard de Chardin y el zoólogo Martin Hinton. Un 'invitado' a la fiesta que se convirtió en favorito a finales de los años 70 fue el geólogo William Sollas. ¿El motivo? Odiaba a Woodward y querría ponerlo en ridículo. ¿La prueba? Un antiguo colaborador recordó antes de morir que un día había recibido en su laboratorio un paquete con bicromato de potasio, el producto químico con el que se habían teñido los huesos para que parecieran antiguos.
Durante un tiempo Teilhard de Chardin fue el sospechoso predilecto de varios especialistas, sobre todo de Stephen Jay Gould. La implicación del jesuita en el hallazgo del diente que venía a confirmar la autenticidad de todo el montaje era un buen indicio. Para Gould, Piltdown fue una broma que se le fue de las manos al por entonces joven sacerdote, por lo visto muy aficionado a las humoradas. Gould se lo imaginaba maquinando el asunto en colaboración con Dawson "tras muchas horas de campo y pub".
La única prueba contra Martin Hinton es que trabajó con Woodward y que tras su muerte encontraron en el almacén de su oficina una caja que contenía huesos y dientes teñidos con el mismo método que los de Piltdown. ¿Era su autor o solo había replicado el método del falsificador para experimentar?
Sir Arthur Conan Doyle
El caso de Arthur Conan Doyle es el más llamativo por motivos obvios. El creador de Sherlock Holmes conocía personalmente a Woodward y a Dawson, con los que se carteaba y reunía de vez en cuando. De hecho, jugaba al golf en el club de Piltdown, cuyo secretario era el propio Dawson. En el momento del descubrimiento estaba terminando su novela 'El mundo perdido', uno de cuyos personajes proclama precisamente que es muy fácil falsificar huesos antiguos. ¿Por qué crear el hombre de Piltdown? Doyle estaba enemistado con los científicos porque ellos habían criticado con dureza sus creencias espiritistas.
Woodward ha sido declarado inocente por casi todos los autores que se han preocupado sobre el tema en los últimos años. Creyó hasta el final en la autenticidad de los restos de Piltdown, lugar en el que excavó durante años tras la muerte de Dawson, sin ningún resultado. Dictó a su esposa los últimos párrafos de su libro 'The Earliest Englishman', en el que defendía la autenticidad del homínido, la noche antes de fallecer. No tenía motivo alguno para realizar el fraude porque ya estaba en la cumbre de su carrera y era un científico reconocido, distinguido además con el título de Sir.
Toda una carrera de falsificador
Por último está Charles Dawson, siempre en el centro de la diana y al que los estudios más recientes señalan de forma indiscutible como culpable. El arqueólogo Miles Russell, de la Universidad de Bournemouth, investigó a fondo entre 2000 y 2003 los trabajos arqueológicos del abogado-anticuario. Sus conclusiones pueden leerse en su libro 'Piltdown Man: The secret life of Charles Dawson' (El hombre de Piltdown: la vida secreta de Charles Dawson. Ed. Tempus) y en el extenso artículo 'Piltdown Man: case closed' (el hombre de Piltdown: caso cerrado), publicado en la web de la Universidad de Bournemouth. Russell comprobó que por lo menos 38 de los hallazgos arqueológicos y paleontológicos del abogado previos a Piltdown eran dudosos o falsos. Incluido el sapo. En cuanto a Piltdown, en palabras de Russell, “está claro que Charles Dawson no pudo ser inocente. Desde el principio hasta el final, está implicado en todas las fases del fraude”. Siempre estaba presente cuando ocurrían los hallazgos, que de hecho dejaron de producirse tras su muerte prematura por septicemia. El de Piltdown no fue un montaje aislado, sino “la culminación del trabajo de toda una vida”, escribe Russell. Una carrera de falsificador cuyo fin era obtener a toda costa notoriedad y reconocimiento académico y social. Dawson tenía los medios, los conocimientos y la ambición necesarios para crear el hombre de Piltdown sin necesidad de cómplices.
Desde el año pasado, un equipo de científicos liderado por Chris Stringer, antropólogo del Museo de Historia Natural de Londres, está analizando otra vez los restos de Piltdown con nuevos métodos para intentar aclarar su procedencia y confirmar la autoría de su manipulación. Los intentos de extraer ADN de los huesos han resultado infructuosos. Los elementos químicos usados por el falsificador destruyeron el material genético. Stringer declaró al 'Telegraph' que “no tenemos una confesión firmada, por lo tanto nunca lo sabremos a ciencia cierta, pero creo que podemos aportar más pruebas de que fue seguramente una persona la responsable. Esa persona fue probablemente Dawson”.